Tras el lustroso espejo
late rítmica mi nariz
cual hocico de un conejo
que no sabe a donde ir.
Pliege profundo y añejo
entre las cejas resalta
como un sórdido reflejo
de lo que más echo en falta.
La soledad exterior
cubre en silencio la noche
como ese grito sin voz
muriéndose y nadie lo oye.
Mi insólito rostro opaco
no muestra pena o placer
solo una mueca dejando
otra arruga a la vejez.